El libro es un desarrollo de su escrito sobre el vídeo—política, capitulo que aparece en su obra “Elementos de Teoría Política”. En el capítulo específico, se hace referencia al vídeo—política en las sociedades contemporáneas. Establece los siguientes criterios:
- La formación de la opinión pública y la función de los sondeos de opinión;
- La manera en que el vídeo—poder incide en manera en que es elegido el político;
- El papel de la televisión en la construcción u obstáculo en la buena política.
Sartori llama la atención acerca del papel que juega la televisión en la sociedad telemática de ahora y cómo está ha trastocado la manera de cómo la gente forma su opinión y cómo enfrenta a la política y los políticos. Sostiene al respecto que el concepto de video—política hace referencia a uno de los aspectos del poder del vídeo, “su incidencia en los procesos políticos, y con ello una radical transformación de cómo ser políticos y de cómo gestionar la política”.[1]
Sobre la formación de la opinión pública, Sartori reitera su argumento de que la opinión pública para ser tal debe tener cierta dosis de autonomía, es decir ser producto de una recopilación más o menos autónoma, y no resultado de una inducción por agentes externos como los medios de comunicación u otros poderes fácticos.
Asimismo, argumenta que la opinión pública hace referencia a la cosa pública (res publica) y que por ello, es un concepto político por esencia. Sostiene que es justamente la opinión es un nivel epidérmico de referencia respecto de la realidad, pero que no significa conocimiento, ni menos pericia sobre el hecho u objeto opinable.
Puntualiza que para la democracia representativa las opiniones son suficiente, en cambio para la democracia directa, este factor es un punto problemático vital, pues, al ser esta autogobernada, se necesita que los ciudadanos no sólo expresen opiniones sino preferencias y tomen decisiones que involucran un nivel de mayor envergadura que va desde las creencias hasta el conocimiento especializado.
Hace notar que la televisión se convierte en el principal líder de opinión para los ciudadanos menos interesados en la política, y que, en ese sentido, los líderes de referencia pierden “autoridad cognoscitiva” que los desvincula con las redes sociales de la que son parte.
Respecto de los sondeos de opinión Sartori es muy agudo al expresar las limitaciones de las encuestas de opinión y de la manera que, a pesar de sus debilidades operativas de capturar el humor ciudadano, se convierte en referente de la política.
Nota que la respuesta depende del modo en que se formulan las preguntas (error no muestral) y que frecuentemente, el ciudadano se ve “forzado” a dar respuestas improvisadas respecto de los asuntos tratados. Por eso sostiene que las opiniones recogidas en los sondeos son:
- Débiles, en el sentido de no ser intensas o sentidas en profundidad;
- Volátiles pues pueden cambiar en pocos días
- Inventadas pues por la presión de pregunta se puede elegir cualquier respuesta, si además no se conoce el tema.
- Produce un efecto rebote de lo que sostienen los medios.
Por ello sostiene Sartori que los videos no son expresión del demo—poder sino expresión del poder de los medios de comunicación sobre el pueblo, ya que las opiniones sin información son opiniones ciegas, en la que los ciudadanos desconocen aspectos básicos de la política y lo político, y a pesar de ello, la orientación de ésta se hace sobre esa base. Sostiene que las credenciales democráticas e incluso objetivas del instrumento son espurias, pues no se preguntan a los entrevistados, ¿cuánto saben sobre el tema? Aspecto vital, omitido deliberadamente, bajo el argumento de los costos de investigación.
Sobre la cuestión de la información, el autor sostiene que, a pesar de haberse incrementado el volumen de información política disponible, los ciudadanos están en general subinformados o desinformados sobre la política. Además, sostiene que la descontextualización, posible en medios escritos es más grave en la televisión. Indica que, la imagen como vínculo de la información reduce la capacidad de abstracción de los humanos, lo que lo conduciría a una incapacidad permanente de analizar la información.
[1] Op. Cit. Pág. 66.