Por Carlos Fernando Castañeda Castro
La globalización y el libre mercado cuando se lo entiende como un dogma se convierte como cualquier dogma en un mal que produce consecuencias desastrosas en los ciudadanos comunes y corrientes, pues se ponen en juego no la certeza de un conjunto de ideas, sino, lo más importante, la vida de miles de personas.
La década que se inicia viene precedida de un conjunto de argumentos económicos y políticos que han marcado el curso de nuestro devenir como país y como región en el contexto de la comunidad internacional.
A raíz del proceso de ajuste estructural iniciado en 1992 el Perú entró en un círculo vertiginoso de cambios en el sistema económico y en los principios que los regían. Esta situación provocó indudablemente un colapso mental y real en las personas que formamos parte del sistema económico, en la medida que, los lineamientos anteriormente conocidos habían entrado en colapso en sus múltiples manifestaciones.
Era evidente que la situación del país era grave y que las distorsiones de los precios eran tales que se llegaron al absurdo de que el precio de la gaseosa era más cara que la gasolina. Por ello dentro del esquema de ajuste estructural se pusieron en marcha una serie de mecanismos que nos pudieran sacar de dicha situación.
Dentro del paquete de soluciones se indicó que era necesario el “SINCERAMIENTO DE LOS PRECIOS” de los productos que los peruanos consumimos, y que, por tal razón, era necesario que los precios llegaran a estándares internacionales. Así que, las tarifas de los servicios públicos, los combustibles, los productos alimenticios, etc., se incrementaron substancialmente, hasta sobrepasar incluso los estándares internacionales.
Mucha gente, incluso yo, que no soy economista comprendimos que era necesario que los precios reflejaran el equilibrio inestable de las fluctuaciones internacionales, pues los expertos en la materia así lo recetaban.
Pero algo no encajaba en ese esquema tan racionalmente expuesto. Pues si los precios no reflejaban la situación de la economía, era necesario ponerle en su real dimensión. Entonces comprendí que CASI TODO había subido de precio —pues eso era resultado del ajuste económico que nos devolvería la estabilidad—, pero había el precio de un bien que no había subido de precio e incluso con el ajuste estructural, en función de dólares se había reducido.
TODO LOS PRECIOS SUBIERON, MENOS EL SALARIO. Es decir, la paradoja es que ahora tenemos precios internacionales y salarios de un país tercermundista. El ajuste en algunos casos ha servido pues para equilibrar todos los precios menos el precio por el trabajo que realizamos las personas para poder subsistir.
Y parece extraño que pocas personas nos hallamos dado cuenta que en esa situación no ha existido equidad en el reparto del COSTO SOCIAL del ajuste económico, pues es evidente que éste ha sido muy alto y que aún resta mucho por realizar para que la situación cambie, ya que después de dos (2) décadas, los organismos internacionales se dieron cuenta que el ajuste económico ha producido desajustes sociales graves en los países y resulta que la desigualdad entre ricos y pobres se ha incrementado dramáticamente; ahora comprenden después de experimentar con nuestros países que es urgente reducir esa brecha para hacer viable el sistema económico actual, pues se corre el peligro de caer en una situación tal, que pondría en peligro la “estabilidad” alcanzada.
Los programas de ajuste estructural estabilizaban todo, menos los salarios y lo único que tienen como sustento los empleados y sub-empleados es el salario o sueldo que perciben al realizar una tarea.