Cuando Giovanni Sartori recibió el premio Príncipe de Asturias 2005, hizo referencia a la relación entre la pobreza y democracia. Planteó dos escenarios.
Por un lado, la democracia como sistema protector de derechos que subsistió aun en situaciones de gran pobreza, el caso típico, las democracias de principios del siglo XIX; y por el otro, las democracias después de la segunda guerra mundial, que no sólo eran sistemas proteccionistas, sino también distributivos de la riqueza que generaban sus sistemas económicos.
El tema es recurrente y siempre actual, sobre todo en nuestro país, ahora que estamos viviendo aparentes tiempos de “abundancia económica”.
Es precisamente esta “nueva” situación que nos hace reflexionar si la democracia peruana será capaz de consolidarse no sólo desde una perspectiva institucional —está pendiente la reforma política y del Estado—, sino también, podrá sacar de la pobreza y la pobreza extrema al cerca del 50 por ciento de los peruanos y peruanas.
Esta mirada de la democracia desde la pobreza nos hace notar que la riqueza que genera el país está concentrada en muy pocas manos y que ésta es una de las razones que explican las brechas que existen entre los peruanos.
A estas brechas las llamamos pobreza, exclusión, impunidad, desnutrición, hambre, analfabetismo, corrupción, etc., que se convierten en los nutrientes de la deslegitimidad del sistema político.
El ajuste estructural de los 90 fue una prueba muy dura para amplios sectores sociales, a quienes se les pidió sacrificios para solucionar la crisis económica, que a su vez iba a mejorar su calidad de vida.
Hoy, luego del ajuste y del crecimiento sostenido, vemos que la pobreza sigue siendo el problema central y que la desigualdad entre los peruanos ha aumentado en vez de disminuir.
Efectivamente al analizar la evolución de la pobreza en el Perú, Raúl Mauro sostiene: “Los resultados obtenidos al evaluar el comportamiento de la reducción de la pobreza entre el 2004 y el 2006, nos permiten afirmar que esta se ha dado en un contexto de incremento persistente de la desigualdad, y que para una región (hablando de la Sierra Rural), ha sido perversa.
No es extraño entonces explicarse la paradoja de porqué la mayoría de conflictos sociales se originan en esta franja del país ya que, en Lima, o en la costa norte, si se está reduciendo la pobreza a una mayor velocidad relativa…[1]
Cusco es un caso elocuente de crecimiento sin equidad. La pobreza es 49.9 por ciento y la pobreza extrema es de 16.9 por ciento al año 2006, a pesar del crecimiento sostenido del Producto Bruto Interno. La pobreza en Cusco se caracteriza en “bajos niveles de consumo (desnutrición crónica), elevado déficit de infraestructura social, incapacidad de integración al desarrollo económico social y niveles de ingreso insuficiente”. [2]
La región Cusco en el año 2007 ocupó el segundo lugar en cuanto a recursos presupuestales asignados, recibió 968 millones de nuevos soles, de los cuales, 314 millones de nuevos soles correspondieron a Canon y sobrecanon.
A pesar de ello, de los 353.3 millones de nuevos soles presupuestados para gastos de inversión, sólo ejecutó 136.8 millones de nuevos soles, es decir el 38.7 por ciento de lo inicialmente estimado.[3]
Una realidad preocupante, porque la región teniendo los recursos no ha podido asignarlos en beneficio de los pobres, que siguen esperando se atiendan sus demandas.
Los datos son elocuentes, la brecha de la desigualdad ha aumentado en 18.1% en los últimos tres años. Si queremos consolidar la democracia en el Perú debemos cambiar de rumbo, propiciando la igualdad de oportunidades, la inclusión, en suma el desarrollo.
Sartori lo sostuvo con precisión: “Cuanto más próspero es un país, es más probable que sostenga la democracia”[4], y esa es justamente la disyuntiva del Perú actual. ¿Cómo sostenemos una democracia con una economía que prospera y que distribuye con inequidad?
Para que los ciudadanos crean en la democracia y la puedan sostener, ésta debe ser capaz de dar a cada individuo la oportunidad de desarrollarse hasta el límite de sus propias capacidades, sino ¿Cómo pedirles a los excluidos y castigados por la pobreza que crean en un sistema que no les da esa oportunidad? El tema estructural es ¿cómo reducimos la pobreza?, la respuesta es a la vez sencilla y compleja.
“Más vale enseñar a pescar que regalar el pescado”. Enseñar a pescar implica crear las condiciones económicas, sociales, políticas e institucionales para que los pobres salgan de esa situación y para que lo logren, éstos deben crecer más rápido que el resto de la sociedad. A esa idea, se le denomina “crecimiento pro-pobre”.
El reto es enorme, porque se proyecta reducir la pobreza y la pobreza extrema a la mitad en el año 2015 y de ese modo, el Perú podría cumplir con los Objetivos del Milenio.[5]
Le corresponde al gobierno, los empresarios, los trabajadores y la sociedad civil, encontrar juntos una respuesta que le permita al Perú como nación cumplir con el reto y alcanzar el desarrollo.
Está demostrado que el crecimiento económico por sí sólo no sirve, sino está acompañado de la reducción de las desigualdades y eso se logra redistribuyendo la riqueza que el país genera. De ese modo también se consolida la democracia en el Perú.
[1] Mauro, Raúl. Una metodología simple para evaluar contextos generalizados de reducción de la pobreza. En: http://politekon-peru.blogspot.com/2007/07/una-metodologa-simple-para-evaluar.html
[2] Francke, Pedro y Iguíñez, Javier. Crecimiento pro-pobre en el Perú. 2006. Pág. 119.
[3] Comisión de Presupuesto y Cuenta General de la República. Ejecución presupuestal de los gobiernos regionales: Año Fiscal 2007. Abril 2008.
[4] Sartori, Giovanni. Democracia: Exportabilidad e inclusión.
http://www.fundacionprincipedeasturias.org/esp/04/premiados/discursos/discurso807.html
[5] La Declaración del Milenio fue aprobada por 189 países y firmada por 147 jefes de estado y de gobierno en la Cumbre del Milenio de las Naciones Unidas celebrada en septiembre de 2000.