No se culpe al mensajero

Los medios informativos pintan un cuadro exótico y desalentador. Informan a sus espectadores y lectores que las cosas están hechas un lío. Aumenta la violencia, la moralidad decae. Delincuencia, terrorismo, drogas y enfermedades.

Destrucción ecológica, calentamiento del planeta, aire contaminado, agua peligrosa. Rodeados por esta discordancia, hace falta una mente fuerte y nervios de acero para aferrarse a una realidad: es la humanidad en conjunto la que ha propiciado que esto ocurra; todos somos responsables. La carga es pesada; es más fácil buscar a alguien en particular que cargue con la culpa.

Buscar chivos expiatorios es una actividad tradicional. Prácticamente no hay grupo, religión, gobierno o sistema económico que no se haya estigmatizado, en una u otra ocasión, como fuerza maligna inspiradora de los crímenes, las locuras y las desventuras del género humano.

El siglo XX no es una excepción. No le faltan chivos expiatorios y uno de sus principales favoritos son los medios informativos.

Si el mensajero no trajera tantas malas nuevas, no habría tatas malas noticias. ¡Con solo que los medios informativos descansaran un poco! Con solo que no exageraran y publicaran noticias sensacionalistas para sacarnos de quicio a fuerza de sustos. Estamos hartos. Queremos ir a la playa.

Para empeorar las cosas, los medios de comunicación se enfrentan al hondo deseo humano de un mundo ordenado, un mundo con algunas certidumbres a las cuales podamos aferrarnos, como sobrevivientes de un naufragio. Pero lo que los medios informan es que el mundo está desordenado. No, no -afirman- no puede usted vivir como quiere, tiene que afrontar la vida como es. Esto se llama realidad y pocos platillos son menos apetitosos que ella.

 

Documento: Artículo | Editorial: Revista Facetas | Abrir documento

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