Por Carlos Fernando Castañeda Castro
Introducción
Con la caída del muro de Berlín y el consiguiente desmoronamiento de los paradigmas ideológicos que dominaron el mundo occidental, sucedió en el Perú, así como en otras realidades un rápido proceso de reacomodo ideológico y político, por el cual la política ideológica daba paso a la política pragmática.
Los regímenes con sustento ideológico en el marxismo en todas sus variantes habían empezado a desmoronarse por doquier, pero el golpe más duro, fue sin duda el colapso de la URSS.
Coincidía con este proceso, el hecho que, en nuestro país, estaba en el ejercicio del poder, el Partido Aprista Peruano, organización que por más de 60 años intentó llegar al gobierno y que por diversas circunstancias no lo pudo hacer, sino hasta 1985 cuando su candidato Alan García Pérez ganó las elecciones de ese año. Para 1989 el gobierno del PAP estaba en su punto más bajo de aprobación, a con-secuencia de una serie de hechos que encendieron las pasiones políticas y polarizaron al país.
En ese contexto, en nuestro país había surgido una amplia corriente de opinión que estaba en contra de las conocidas prácticas políticas, de los políticos y de la manera como se conducían los destinos del país, entrando a tallar aquí como en otras latitudes el concepto de «independencia política».
Ruptura ideológica
Para el común de las personas e incluso para aquellos que eran actores políticos, la política nacional podía ser entendida fácilmente en función a las siguientes claves conceptuales dicotómicas: derecha—izquierda, comunismo—capitalismo, democracia—dictadura, Ricos—pobres, obrero—patrón, etc.
La razón era muy sencilla, en cada extremo de cualquier par de palabras tanto los políticos, los partidos e incluso los grupos de presión de diversa índole se podía ubicar, pues de lo que se trataba era de establecer con precisión a que extremo se adscribía.
Además, predominaba la idea, que «el pueblo», los pobres, los trabajadores estaban a la izquierda y en el otro lado estaba la burguesía, la pequeña burguesía, etc. Y que en casos excepcionales algunos de los extremos se pasaban o se identificaban con la izquierda o derecha, según sea.
En la mayoría de los casos, aquellos que se ubicaban a la izquierda del espectro político adscribían en diferente magnitud e intensidad a alguna de las tantas interpretaciones del marxismo con combinaciones de maoísmo, leninismo, trotskismo, y algunas dosis de socialdemocracia, nacionalismo, regionalismo, y todos los ismos que se nos puedan ocurrir.
Los más extremos formaron las guerrillas en la década del 60 e iniciaron en 1980 la guerra contra el Estado peruano, los moderados y los «rosados» buscaron «crear las condiciones» para que su gran revolución proletaria fuera un hecho. El objetivo, directo o indirecto era pues, hacer realidad aquello que la ideología política decía que debía suceder, si es que eran capaces de llegar al poder.
Tal era la situación, que palabras como liberalismo, mercado, empresarios, capitalismo entre otros eran vistos como conceptos retrógrados que propugnaban un estado de cosas que impedía «la liberación» del pueblo peruano, es así que en las Universidades sólo se enseñaban materias que se referían a las concepciones marxistas en todas sus expresiones y se reinterpretaban otras dentro de los cánones ideológicos de estos seudos marxistas. En pocas palabras estaba de moda ser de izquierda.
Todo ese andamiaje mental, psicológico, ideológico que llegaba a ser en muchos casos cosmovisiones del mundo se derrumbó con-juntamente con el fin de los regímenes del comunismo internacional. Y justamente, este suceso, acarreo el repliegue de todas aquellas personas y organizaciones que se habían erigido sobre las bases doctrinales del marxismo.
En tal sentido, el sustento de la acción política dejaba de ser los principios ideológicos siendo sustituido por el logro de los resultados en las acciones políticas. A consecuencia de esta visión del proceso político, se abrió paso un nuevo tipo de actor político, que se caracterizaba por despreciar la política y empezó a autodenominarse independiente.
Posición antipartido
Paralelamente, sucedían pues básicamente seis (6) procesos interactuantes de importancia:
- Fin a las expresiones estatales del marxismo—leninismo (Internacional);
- El gobierno del partido político más antiguo del Perú que tiene raíces marxistas (nacional);
- Una situación social, política y económica extremadamente grave y compleja atribuible al distanciamiento y conflicto abierto entre la comunidad internacional, el gobierno peruano y los grupos empresariales afectados con el intento de estatizar el sistema financiero y bancario del país. (Nacional);
- Caída de los paradigmas ideológicos que sustentaban el accionar y legitimidad de diversos grupos partidarios y organismos sociales. (Internacional — nacional);
- Surgimiento de líderes antipartido, antipolítica y autoproclamado independiente como fueron Mario Vargas Llosa y Ricardo Belmont. (Nacional);
- Cansancio por parte de la sociedad peruana de sus políticos y de sus partidos, pues de los que existían hasta ese entonces, los más importantes como Acción Popular (AP), Partido Popular Cristiano (PPC), Izquierda Unida (IU) y el Partido Aprista Peruano (PAP) habían tenido opción de gobernar al igual que los militares desde la década de los 50 en adelante, sin que nadie de ellos, fueran capaces de mejorar efectivamente la situación del Perú. (Nacional)
Gracias a estos procesos acumulativos, Ricardo Belmont reinauguró el discurso político del antipartido—antipolítica contraponiéndole a ello el discurso de la independencia política y como lo expresé: «Política como sinónimo de política sin ideología, sin partidos, sin políticos, es decir, política sin política. Y aunque suene y sea paradójico la idea de política sin política, es sustento de nuevas formas de hacer política».[1]
Por lo que, para muchos, nos llevaron a suponer que la política era per se absolutamente prescindible de las vidas de las personas y que, por consiguiente, los asuntos de la república, debían ser tratados por «independientes técnicamente mejor dotados» y no por «políticos tradicionales, incapaces de gobernar el país». Ese fue, en esencia, el mensaje que propagó Ricardo Belmont a través de sus programas en la televisión y en la radio.
Y dichas ideas calaron profundamente en la creencia popular, pues eran parte del ideario popular, poniéndose de moda «la independencia política». Resultaba que ahora todos o casi todos se autoproclamaban «independientes», negando o recusando algo que era y es incuestionable, que justamente hasta los políticos de siempre y los nuevos que surgieron ya no se llamaban políticos, sino se autodenominaban independientes.
Manipulando el lenguaje
¿Qué se estuvo haciendo en realidad? Desde mi perspectiva, no se estaba describiendo la realidad, se la estaba reinterpretando, desde una perspectiva absolutamente absurda y carente de referente empírico, pues resultaba que quienes se llamaban «independientes» resultaban ser, los que hacían y hacen política en ese entonces y en la actualidad.