- Podría alguien preguntarse por qué Agatocles y otros como él, después de infinitas traiciones y crueldades, pudieron vivir por mucho tiempo seguros en su patria y defenderse de los enemigos exteriores, y por qué sus conciudadanos no conspiraron nunca contra ellos, mientras que muchos otros, mediante la crueldad, no pudieron conservar el Estado, ni en tiempo de paz, ni en tiempo de guerra. Creo que esto dimana del uso bueno o malo de las crueldades y la traición. Podemos llamar bien empleadas (si es lícito hablar bien del mal) a aquellas que se ejercen de una vez, por la necesidad de proveer a la propia seguridad, y en las que después no se insiste, sino que se convierten cuanto es posible en mayor utilidad de los súbditos; mal empleadas son aquellas que, aunque al principio sean pocas, con el tiempo aumentan rápidamente en vez de disminuir. Los que observan el primer método, pueden, con la ayuda de Dios y de los hombres, poner remedio a su situación, como le ocurrió a Agatocles; los demás es imposible que se mantengan.
- Por ello es de notar que, al conquistar un Estado, debe el ocupador pensar en todos los actos de rigor que le es necesario hacer, y hacerlos todos de una sola vez, para no tener que renovarlos todos los días, y poder, no renovándolos, tranquilizar a los hombres y ganárselos haciéndoles bien. El que actúa de otro modo por timidez o por malos consejos, se ve obligado a tener siempre la cuchilla en la mano; y no puede contar nunca con sus súbditos, al no poder éstos, a causa de sus recientes y continuas ofensas, fiarse de él. Los actos de rigor se deben hacer todos juntos, a fin de que, habiendo menos distancia entre ellos, ofendan menos; en cambio los beneficios se deben hacer poco a poco, a fin de que se saboreen mejor. Un príncipe debe ante todo conducirse con sus súbditos de manera que ninguna contingencia, buena o mala, le haga variar; porque, si sobrevinieran tiempos adversos y difíciles, no le quedaría ya lugar para remediar el mal; y el bien que hace entonces no le aprovecha, pues lo miran como forzoso y no se la agradecen.
IX DEL PRINCIPADO CIVIL
- PERO, volviendo a la otra parte, cuando un ciudadano particular, no mediante crímenes o cualquier intolerable violencia, sino con el favor de sus conciudadanos, se convierte en príncipe de su patria, al cual principado se le puede llamar civil (para llegar a él no se necesita ni mucho valor, ni mucha fortuna, sino más bien una acertada astucia), digo que se asciende a este principado con el favor del pueblo o con el de los grandes. Pues en toda ciudad se encuentran estas dos inclinaciones distintas: que el pueblo desea no ser dominado ni oprimido por los grandes, y los grandes desean dominar y oprimir al pueblo; de estas dos inclinaciones opuestas nace en las ciudades uno de estos tres efectos: o principado, o libertad, o anarquía.
- El principado surge gracias al pueblo o a los grandes, según que el uno o el otro de estos dos partidos tenga ocasión para ello; cuando los grandes ven que no pueden resistir al pueblo, comienzan a formar una gran reputación a uno de ellos, y lo convierten en príncipe, para poder bajo su sombra desahogar sus inclinaciones. Entonces el pueblo, viendo que no puede resistir a los grandes, apoya también a uno de ellos y nombra príncipe, para que con su autoridad le defienda. El que llega al principado con la ayuda de los grandes se mantiene con más dificultad que el que llega con ayuda del pueblo; porque se encuentra príncipe rodeado de muchos que se tienen por iguales que él, y por esto no puede mandarlos ni manejarlos a su manera.
- Pero el que alcanza la soberanía con el favor popular, se encuentra solo, y tiene alrededor poquísimos o ninguno que no estén dispuestos a obedecerle. Además, no se puede con honestidad satisfacer a los grandes sin agraviar a los otros, pero sí se puede satisfacer al pueblo; porque el fin del pueblo es más honrado que el de los grandes, queriendo éstos oprimir, y aquél no ser oprimido. Por otra parte, un príncipe no puede estar nunca seguro del pueblo si le tiene por enemigo, por ser demasiados; de los grandes, en cambio, puede asegurarse, por ser pocos. Lo peor que pueda esperar un príncipe del pueblo que no le ama es ser abandonado por él; pero si le son contrarios los grandes, no sólo debe temer verse abandonado, sino también destruido por ellos; porque teniendo tales hombres más previsión y astucia, avanzan siempre a tiempo para salvarse, y buscan dignidades al lado de aquel que esperan que venza. Además, el príncipe está en la necesidad de vivir siempre con el mismo pueblo; pero puede obrar ciertamente sin los mismos magnates, ya que puede hacer otros nuevos y deshacerlos todos los días, así como darles crédito o quitárselo a su antojo.
- Y, para aclarar más esta parte, digo que los grandes deben considerarse principalmente bajo dos aspectos. O se conducen de modo que se unan en un todo con la fortuna, o proceden de forma contraria: Los que se enlazan con ella y no son rapaces, deben ser honrados y amados; los que no se unen con la fortuna tienen que considerarse bajo dos aspectos. O se comportan así por pusilanimidad y falta de ánimo, y entonces debes servirte de ellos, sobre todo cuando te dan buenos consejos, porque te honran en la prosperidad, y no tienes que temer nada de ellos en la adversidad. Pero cuando no se empeñen más que por cálculo y por causa de ambición, es señal de que piensan más en ellos que en ti; y de éstos debe guardarse el príncipe, y temerlos como si fueran enemigos declarados, porque siempre, en la adversidad, ayudarán a hacerle caer.
- Por tanto, uno que se convierta en príncipe mediante el favor del pueblo debe conservarlo como aliado: lo cual le es fácil, porque el pueblo sólo le pide no ser oprimido. Pero el que en contra del pueblo se convierte en príncipe con el favor de los grandes, debe, antes que ninguna otra cosa, tratar de ganarse al pueblo: lo cual le es fácil, cuando le toma bajo su protección. Y, como los hombres, cuando reciben bien de aquel de quien sólo esperaban recibir mal, se apegan más a su bienhechor, el pueblo se vuelve de pronto más favorable a él que si le hubiera llevado con sus propios favores a la soberanía: y el príncipe puede ganárselo de muchas maneras, para las cuales, debido a que varían según el sujeto, no se puede dar una regla fija, y las dejaremos aparté.
- Concluiré diciendo sólo que a un príncipe le es necesario tener al pueblo de su lado: De lo contrario, no tiene remedio en la adversidad.
Nabis, príncipe de los espartanos, sostuvo el sitio de toda Grecia y de un victorioso ejército romano, y defendió contra ellos su patria y su Estado: le bastó, al sobrevenir el peligro, asegurarse de algunos enemigos; pero si hubiera tenido al pueblo como enemigo, esto no le habría bastado. Y que no haya nadie que rechace mi opinión con el repetido proverbio de que quien edifica sobre el pueblo, edifica en la arena: porque esto sólo es válido para el ciudadano privado que, satisfecho con semejante fundamento, creyera que el pueblo le libraría si fuera oprimido por los enemigos o por los magistrados. En este caso podría verse a menudo engañado, como los Gracos en Roma y Jorge Scali en Florencia. Pero si el que se funda en el pueblo es un príncipe que pueda mandarle y un hombre de corazón, que no se atemorice en la adversidad, no olvide las disposiciones oportunas y mantenga con sus estatutos y su valor el de la generalidad de los ciudadanos, nunca será engañado por él, y reconocerá que los fundamentos que se ha formado son buenos.
- Estas soberanías suelen peligrar cuando pasan del orden civil al de una monarquía absoluta; porque estos príncipes mandan o por sí mismos, o por medio de magistrados. En el último caso su situación es más débil y más peligrosa, ya que dependen enteramente de la voluntad de los ciudadanos que ejercen las magistraturas: éstos, especialmente en los tiempos adversos, pueden quitarle con gran facilidad el Estado, o sublevándose contra él, o no obedeciéndole. En los peligros, el príncipe no está a tiempo de recuperar la autoridad absoluta; pues los ciudadanos y súbditos, que suelen recibir las órdenes de los magistrados, no están dispuestos, en tales circunstancias, a obedecer las suyas; y en tiempos dudosos carece él siempre de gentes de quienes pueda fiarse. Semejante príncipe no puede fundarse sobre lo que ve en tiempos de paz, cuando los ciudadanos necesitan del Estado, porque entonces todos corren, todos prometen, y cada uno quiere morir por él, en atención a que la muerte está lejos; pero en tiempos adversos, cuando el Estado necesita de los ciudadanos, entonces sólo se encuentran poquísimos de ellos. Y esta experiencia es tanto más peligrosa cuanto uno no puede hacerla más que una vez. Sin embargo, un príncipe prudente debe imaginar un modo por el cual sus ciudadanos, siempre y en cualquier circunstancia, tengan necesidad del Estado y de él: así siempre le serán fieles.
X DE QUE MODO DEBEN MEDIRSE LAS FUERZAS DE TODOS LOS PRINCIPADOS
- CONVIENE tener, al examinar las clases de estos principados, otra consideración: es decir, si un príncipe tiene tan gran Estado que, en caso necesario, pueda regirse por sí mismo, o si tiene siempre necesidad del auxilio de otros. Y, para aclarar más este punto, digo que juzgo que pueden sostenerse por sí mismos los que por abundancia de hombres o de dinero puedan formar un ejército suficientemente poderoso como para dar batalla a cualquiera que llegase a atacarlos: y juzgo que tienen siempre necesidad de otros los que no pueden salir a campaña contra los enemigos, sino que se ven obligados a refugiarse dentro de sus muros y guardarlos. El primer caso ya se ha comentado, y más adelante volveremos a él. En el segunda caso, no podemos menos dé alentar a tales príncipes a fortificar y mantener la ciudad de su residencia, y no inquietarse por lo restante del país. Y cualquiera que haya fortificado bien su ciudad y respecto a los demás gobiernos y a sus súbditos se haya comportado como he dicho más arriba y se dirá más adelante, será siempre atacado con gran circunspección; porque los hombres son siempre enemigos de las empresas en que se vea dificultad, y no puede esperarse un triunfo fácil atacando a un príncipe que tenga fortificada su ciudad y no sea odiado por el pueblo.
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