El presente artículo tiene por objeto hacer algunas reflexiones sobre las razones que motivan a los Representantes (parlamentarios, alcaldes y regidores) a cambiar de una organización política a otra y los factores que generan tal actitud.
En general, son pocas las investigaciones referidas al transfuguismo político, sin embargo, para entender el tema en mención conviene precisar algunos conceptos. El Diccionario de la Lengua Española utiliza dos términos para definir el cambio del representante de un partido a otro; así tenemos que la palabra CHAQUETERO alude al cambio de opinión o de partido por conveniencia personal y TRÁNSFUGAS a las personas que cambian de un partido a otro.
Si bien es cierto que ambos conceptos se refieren al cambio de partidos políticos de los representantes, adolecen de una limitación conceptual, por cuanto no sólo de partidos están compuestos los sistemas de políticos; en algunos como el nuestro, también están conformados por movimientos, frentes y alianzas electorales, que en su conjunto denominaremos organizaciones políticas.
Podríamos entender, inicialmente, a los tránsfugas como traidores a una causa, objetivos, programas o personas de una determinada organización política, sin embargo, para los politólogos franceses Denis Jeambar e Ives Roucate, existe una justificación válida del accionar de los tránsfugas, pues consideran que la traición es un acto fundacional de la política, que, complementada con la flexibilidad, adaptabilidad y el antidogmatismo forman parte de los cambios de quienes hacen política. Es más, afirman que «no se gobierna una ciudad con leyes de bronce y principios eternos salvo que se prefiera, como en Irán o en Libia, la tiranía al proceso democrático. Gobernar es ante todo traicionar«. [1]
En otras palabras, los tránsfugas estarían guiados e identificados por un pragmatismo, aunado a una férrea defensa de sus derechos individuales, valores fundamentales de una sociedad de libre competencia y mercado político. Un argumento parecido utiliza el español Juan Carlos Monedero, para quien «cambiar de bando puede perfectamente ser señal no sólo de buen gusto, sino de estricta dignidad para con determinados presupuestos de justicia que pueden entenderse lesionados en el desarrollo del tiempo […] Si no se parte de la maldad del tránsfuga puede entenderse que éste, ante lo que entiende es una traición a lo que significaba el partido o el programa, obra en conciencia. [2]
Desde este punto de vista, el cambio de agrupación política podría interpretarse como un acto racional por el cual se intentaría justificar el alejamiento de la organización a la que pertenece. Otro aspecto para tomar en cuenta es el grado de legitimidad de la ciudadanía hacia los detentadores del poder político (representantes) en virtud de los actos que realizan. En dicho contexto el comportamiento asumido por los tránsfugas ocasionaría una modificación en la legitimidad otorgada por los electores.
De acuerdo con la tipología de la legitimidad formulada por Karl Deutsch, es decir, la Legitimidad por Procedimiento, por Representación y por Resultado, podría ubicarse a los tránsfugas como depositarios de la Legitimidad por Resultado, por cuanto ellos justificarían su praxis no sólo en función de la forma como llegaron al poder sino fundamentalmente por lo que hacen. [3]
Más allá de la validez o no de este comportamiento es menester encontrar algunos factores que podrían explicar la conducta de dichos actores políticos. Así tenemos:
- Ausencia de un sistema de partidos;
- Crisis de los partidos políticos;
- Falta de una ley de organizaciones políticas;
- Ausencia de canales (institucionales y normativos) de comunicación e información entre los representantes y los representados;
- Escaso desarrollo y fomento de la cultura política;
- Poca cohesión ideológica y programática en las organizaciones políticas;
- Marcado pragmatismo e interés netamente electoral;
- Estrategias políticas preestablecidas por los tránsfugas;
- Cambios en la oferta política ofrecida antes y después de las campañas electorales;
- Falta de tolerancia política;
- Poca identificación con el sistema político;
- Deficiencia en el sistema electoral y de representación.
Por lo expuesto, resulta complejo entender este tipo de comportamiento pues forma parte del realismo político vigente. Por ello es importante tomar en cuenta alguna de estos elementos al momento de juzgar la conducta política de los tránsfugas.
Sin duda, estos cambios provocan una crisis en la esencia misma de la representación política y hace difícil su real comprensión.
Para algunos tratadistas, el fenómeno del transfuguismo resulta perjudicial al desarrollo y consolidación del sistema democrático y representativo por ende al sistema político en su conjunto. De esa opinión es el especialista español Josep Reniu Vilamala para quien del transfuguismo se desprenden algunas consecuencias:
- «Conlleva un falseamiento de la representación… constituye una especie de «estafa política» al ciudadano que ve modificada la expresión de su voluntad política con su intervención, al tiempo que se pone de manifiesto su situación de indefensión ante tales comportamientos».
- «Supone el debilitamiento del sistema de partidos, puesto que la correlación de fuerzas resultantes de las elecciones sufre modificaciones que afectan a los demás elementos del sistema» y;
- «La posibilidad de generalización de la corrupción… y favorecer a su vez el proceso de debilitamiento de la credibilidad de la élite política ante la ciudadanía. [4]
Finalmente, el transfuguismo como fenómeno político y social también debe evaluarse en el marco de las relaciones ético—políticas, las cuales no son armoniosas, sino tensionales y conflictivas.
Los representantes, por tanto, no deben caer en posiciones antagónicas reflejadas en el oportunismo y el moralismo, por el contrario, buscar un modelo y una praxis que combinen ambas cosas, que al fin de cuentas les brinde legitimidad a su accionar.
En nuestro país pudiéramos buscar los inicios del transfuguismo desde los inicios de la vida republicana y propiamente, desde los orígenes de los partidos políticos en el Perú, en la segunda mitad del siglo XIX, sin embargo, este dato solo nos permite corroborar que en sociedades con poca tradición democrática como la nuestra y con escaso desarrollo institucional, es más recurrente este tipo de fenómeno. En ese sentido, por más válido que sean los argumentos que justifiquen esta praxis, es el sistema de representación y la democracia en general los que se ven más afectados, así como la legitimidad y credibilidad de los actores políticos.
Notas
- JEAMBAR, Denis y ROUCATE, Ives. Elogio de la Traición. Editorial Gedisa. Barcelona 1990, Págs. 11 – 25 y 37.
- PORRAS NADALES, Antonio (Editor). El Debate sobre la Crisis de la Representación Política. Editorial Tecnos. Madrid, 1996, Pág. 286.
- DEUTSCH, Karl. Política y Gobierno. Fondo de Cultura Económica, México 1976. Pág. 29.
- PORRAS NADALES, Antonio (Editor). Op. Cit. Págs. 284 y 285.